El periodista Giovanni Guareschi ha pasado a la historia de la cultura popular sobre todo por la autoría de las hilarantes historias de Don Camilo, en las que se narraban las disputas entre el párroco y el alcalde de su pueblo, Peppone. Pocas veces se ha contado con tanta gracia la oposición entre el catolicismo y el comunismo; oposición en la que el cura y el edil a menudo llegaban a las manos. Aunque en el fondo entre ambos había un aprecio y respeto mutuo, que ocultaban con sus riñas, sus constantes pullas y sus sarcásticos comentarios.
El propio Guareschi era una mixtura de los dos personajes que popularizó. Su físico recordaba al del Peppone de sus narraciones: hombre corpulento, de prominente mostacho, al que no hacía justicia su nombre verdadero, "Giovannino", en diminutivo. Sin embargo, su afable talante, unido a su ideología ligada a la democracia cristiana, hacían que su modo de ser se aproximase a Don Camillo. Guareschi llegaría a reconocer esa mezcla de los personajes en sí mismo: "son -decía- yo contra mí mismo", esto es, mostraban también sus contradicciones internas.
El periodista y escritor transalpino, atento a cualesquiera manifestaciones culturales en su país, no se mantuvo indiferente ante la campaña anticómic que, surgida ya durante la dictadura de Moussolini, se prolongó tras la Segunda Guerra Mundial. Una campaña en la que se reflejaban precisamente esas contradicciones internas del propio Guareschi, ya que fue secundada a la vez por la democracia cristiana y por el comunismo italiano. Con distintos puntos de vista, es cierto, pero unidos en esta ocasión por un mismo objetivo: a fin de cuentas también Don Camillo y Peppone siempre querían lo mejor para sus vecinos, aunque discreparan sobre cómo lograrlo.
En diciembre de 1949, poco después de que Francia aprobase una ley para controlar las publicaciones infantiles y juveniles (aunque su objetivo real era sin más los cómics), Italia procedía del mismo modo, presentando un proyecto de ley para acabar con la tiranía de los "fumetti" (cómics en Italia). La promotora del proyecto fue una diputada del Partido Democrático Cristiano, Maria Federici Agamben. Federici era una de las nueve diputadas de ese grupo parlamentario, en una cámara baja en la que veintiún mujeres habían obtenido escaño. Licenciada en filología, profesora de italiano e historia y periodista, Federici era una persona de un extraordinario dinamismo, férrea defensora del sufragio femenino y del derecho de las mujeres a desarrollar cualquier trabajo, lo que la llevaría a dirigir la organización de base católica Centro Italiano Femminile (de 1944 a 1950) y a ser la primera delegada nacional de la Associazione Cristina dei Lavoratori Italiani. En su vida política formó parte de la Comisión de los Setenta y Cinco que se encargó de redactar el texto constitucional.
El proyecto de ley que sería conocido como "proyecto Federici" pretendía poner coto a las historietas, a las que se acusaba de promover la delincuencia juvenil y dar pábulo a todo tipo de desviaciones morales y sexuales entre los más jóvenes. En la norma se preveía la creación de unas Comisiones de Vigilancia integradas por personas ligadas a la tutela de la infancia y juventud: un magistrado, un funcionario del cuerpo de policía, un padre y una madre, cuatro docentes (dos de escuela elemental y dos de escuela media, con representación idéntica de la escuela pública y privada), un médico y un representante del Ente Nazionale per la protezione morale del fanciullo. En cuanto comité de vigilancia la suya no sería una actividad estrictamente censora: aunque debían remitírsele dos ejemplares de las revistas destinadas a menores antes de su publicación, una vez revisadas, si el órgano detectaba algún contenido tipificado como ilegal, lo comunicaría a la autoridad judicial, que sería la encargada de sancionar la infracción.
El polémico proyecto de ley contó con el respaldo del Partido Comunista, pero sólo parcialmente, porque éste, aunque favorable a la finalidad del texto (controlar los cómics) no estaba de acuerdo con la filosofía de la ley. Profundamente antiamericanos, los comunistas italianos, como también hicieran previamente los franceses, identificaron los "cómics malos" con los provenientes de Estados Unidos. Así que intentaron que se limitaran las historietas importadas, defendiendo el producto nacional, y principalmente sus propias publicaciones, como Noi Ragazzi y Pioniere. Es más, acusaron al proyecto Federici de ser una norma moralizante y de marchamo político que lo que pretendía era favorecer las publicaciones conservadoras.
"Pasa la camarada Nilde Jotti"
"- Camarada, ¿no te parece fuera de lugar un abrigo de piel tan burgués como ése?
- No: basta con saberlo llevar con espíritu proletario"
Caricatura de la diputada comunista Nilde Jotti, elaborada por Guareschi para su revista "Mondo Candido" #52 (27-XII-1959). Jotti fue una de las más activas diputadas de la izquierda en la campaña anticómic.
Con estos precedentes, no debe extrañar que el debate entre derecha e izquierda resultase muy intenso en el seno del Parlamento. Y fuera de él. Giovanni Guareschi no quiso quedar al margen de un tema polémico, pero su postura como escritor fue mucho más ecuánime y ponderada que la de colegas de otros países: Georges Orwell y Enid Blyton en Gran Bretaña, Jean-Paul Sartre en Francia o Sterling North en Estados Unidos cargaron tintas contra los cómics, considerándolos productos culturalmente inanes. En Italia Guareschi no llegó a tanto.
Ciertamente, a Guareschi tampoco le agradaban los cómics. A su parecer, se habían convertido en unos acompañantes imprescindibles de los niños que dificultaban su desarrollo como lectores y les llenaban las cabezas con absurdas aventuras que, incluso, llegaba a desencadenar conductas violentas y suicidas entre los más jóvenes. La crítica no se refería sólo al contenido, sino a la forma misma que adoptaba ese nuevo medio, en el que los dibujos cobraban un peso excesivo: “El cómic y los dibujos animados divierten, pero han matado la fantasía, del mismo modo que la comida enlatada ha matado el arte de la cocina”, sentenciaba.
A pesar del discurso anterior, muy semejante al de sus colegas literatos de otros países, a diferencia de ellos no quería acabar con los cómics, y consideraba que la persecución a la que se los sujetaba frisaba la histeria. Por una parte, entendía que el rechazo social hacia los cómics derivaba de una reinterpretación mitificada del pasado, que a menudo se creía mejor de lo que en realidad había sido: de hecho, el erotismo (una de las críticas habituales a los cómics) también se hallaba presente en la literatura de su infancia. Por otra parte, la campaña anticómic, decía Guareschi, incurría en una constante hipérbole al imputar a las historietas todos los males del mundo, en particular el incremento de la delincuencia juvenil.
El mayor rechazo de Guareschi hacia la campaña anticómic se centró en la dimensión que le confirió el Partido Comunista italiano y su principal órgano de expresión, el diario L'Unitá. Fundado en 1924 nada menos que por Antonio Gramsci, en la década de los 50 el periódico se mostró especialmente beligerante contra los "fumetti", trasladando al público el punto de vista del comunismo transalpino, a saber, que se trataba de productos que incitaban a la violencia, el racismo y la difusión de valores capitalistas.
Guareschi fue muy crítico siempre con L'Unitá, al que consideraba un diario ponzoñoso y servil con la Unión Soviética, y la hostilidad del periódico hacia los cómics no hizo más que aumentar su inquina hacia el rotativo. Una de las cosas que más desquiciaba al autor de Don Camillo, era la tendencia de los comunistas a estatalizarlo todo, incluido lo que era responsabilidad de los padres. Si los niños leían cosas inapropiadas, ¿acaso tenía el Estado que dictar una ley para impedirlo? ¿Por qué no eran los padres los que asumían su responsabilidad? Con una ecuanimidad que les faltó a otros novelistas que cuestionaron los cómics, Guareschi advertía del absurdo de noticias publicadas en L'Unitá criticando a los cómics cada vez que un niño disparaba a otro presuntamente por la influencia de aquellas lecturas. ¡El verdadero responsable era el padre, que había dejado un arma al alcance de su hijo! El resultado era, para Guareschi, que el comunismo pretendía que los niños pasasen a ser "hijos del Estado", sujetos a la continua tutela de los poderes públicos.
"- Mamá, estoy preocupada: Gigino no hace otra cosa que leer esos cómics inmorales. ¿Qué podemos hacer para impedírselo?
- ¡Nada! No podemos hacer otra cosa que esperar la intervención gubernamental."
La más conocida viñeta de Guareschi sobre la campaña anticómic, en la que cuestiona la dejadez de los progenitores sobre sus hijos. "Mondo Candido" #4 (22-I-1950)
Finalmente el proyecto de Ley Federici no llegó a ver la luz, y por lo tanto tampoco los intentos de la izquierda de radicalizarla. Pero en el debate que suscitó dentro y fuera del Parlamento fue extraordinariamente rico, y plantea muchas cuestiones interesantes que todavía a día de hoy son controvertidas, como los límites de la acción estatal en la tutela de los menores de edad. Como en las narraciones de Guareschi, también en esta ocasión Don Camillo había logrado batir a Peppone.
Para saber más:
Las observaciones autobiográficas de Guareschi se incluyen en Carlota Guareschi / Alberto Guareschi, La famiglia Guareschi, Rizzoli, Milano, 2011.
Los artículos de Guareschi publicados en "Mondo Candido" pueden consultarse en la recopilación completa: Giovanni Guareschi, Mondo Candido, Rizzoli, Milano, 2003-2006
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