Considerar que una actuación impecable y con tal despliegue de talento y esfuerzo como los ejecutados por Chanel Terrero representa sólo un mensaje sexual supone un ejercicio de corteza mental de la que por desgracia hay muchos ejemplos en la historia de la cultura popular. Me gustaría sólo reseñar uno, por ser poco conocido en nuestro país, y que en este caso afectó a la producción de cómics durante los años 40 y 50 en Estados Unidos. ¿Parecen supuestos muy distintos? Lean lo que sigue y verán que en absoluto es así.
Desde la década de los años 40, los cómics estuvieron sujetos a una cruda campaña social e institucional de acoso y derribo en Estados Unidos (aunque en realidad afectó a casi todos los países occidentales), por considerar que se trataba de productos de bajo nivel intelectual que provocaban un efecto perverso en las mentes de los menores. El asunto adquirió ciertos tintes de cientificidad cuando especialistas en temas de salud mental entraron en el debate. El más conocido de ellos fue el psiquiatra germanoestadounidense Fredric Wertham, quien a través de diversos artículos publicados en revistas populares (Collier's, Reader's Digest, Ladies' Home Journal...) y sobre todo en su libro Seduction of the Innocent (1954), acusó a los cómics de causar serios daños en la psique de los menores de edad.
Entre las críticas de Wertham (y de la campaña anticómic en general) una de las más recurrentes fue el erotismo que exudaban los cómics, cosificando a la mujer y fomentando entre los muchachos una perversa imagen de las relaciones afectivas. Tal fue la paranoia de Wertham, que llegó a acusar a los cómics de contener "hidden pics", esto es, imágenes subliminales que escondían mensajes sexuales. El caso más emblemático fue la referencia a una viñeta en la que, según Wertham, la musculatura del hombro de un personaje vista de cerca parecía reproducir una pelvis femenina.
Entre los detractores de estos planteamientos sotenidos por Wertham se hallaban dos reputadas profesoras, la neuropsiquiatra Lauretta Bender y la experta en literatura popular Josette Frank. Sobre todo la primera mostró los muchos errores en los que incurría el autor de Seduction of the Innocent. Entre sus réplicas se incluía la de considerar que sólo una persona obsesionada con el sexo era capaz de ver esas "imágenes ocultas" que Wertham contemplaba. Un niño que leyera un cómic se limitaría a disfrutar de las aventuras que se contaban, del despliegue de imaginación que mostraba la narración secuencial, y de una nueva forma de comunicación léxico-pictórica alternativa a la literatura. Pero ese joven lector ni se percataría de esas supuestas imágenes sexuales que sólo la mente perversa de Wertham alcanzaba a percibir. El enfermo, en definitiva, no era el niño que leía cómics: lo era el doctor que, con un método científico además poco estricto, veía sexo y erotismo por doquier.
Que los cómics no dieron lugar ni a mujeres promiscuas (como se imputada a los cómics de romance) ni a varones obsesos sexuales es algo contrastado: los informes Kinsey sobre sexualidad masculina (1948) y femenina (1953) ni siquiera mencionaban a los cómics como productos que tuvieran la más mínima conexión con el sexo en Estados Unidos. A lo que sí dieron lugar los cómics fue a una generación que disfrutó, y mucho, de su lectura; una lectura que en algunos casos llegó a condicionar positivamente su futuro profesional. George Lucas, por ejemplo, reconoce que sin la presencia de los extraordinarios cómics de EC nunca se habría convertido en un director de películas de ciencia-ficción. Autores como Bill Bryson admiten que su juventud estuvo ligada a la lectura de cómics (The Life and Times of the Thunderbolt Kid, 2006). Y entre los muchísimos lectores de esas publicaciones que no parece que se hayan convertido en maníacos sexuales, sino en intelectuales destacados, se podrían citar a Michael Chabon, premio Pulitzer en 2001, o el mismísmo Umberto Eco, que tiene en una sola de sus neuronas más inteligencia que los "haters" de Chanel Terrero en todos sus cerebros juntos.
El paralelismo entre aquella situación que vivieron los cómics y la que ha sufrido la cantante eurovisiva resulta bastante evidente a poco que se reflexione. Wertham y muchos de sus puritanos seguidores no eran conservadores, frente a lo que se pudiera pensar, sino progresistas, aunque de un progresismo sólo aparente y mal entendido. Por otra parte, todos ellos veían en las viñetas solo sexo. Y es cierto que lo había; de hecho, algunas editoriales se especializaron en lo que empezó a llamarse el "good girl art", es decir, dibujar exhuberantes féminas (Fox Feature Syndicate o Fiction House). Pero reducir aquellos cómics a ese erotismo cabía sólo en las mentes malintencionadas y prejuiciosas. En aquellas revistas había nuevos recursos narrativos nunca jamás vistos, guiones espectaculares y dibujantes con un talento asombroso que marcaron definitivamente el curso de los cómics al punto de que este medio de ocio no sería lo mismo sin sus contribuciones.
Del mismo modo, muchos de quienes critican la actuación de Chanel son progresistas sólo de nombre (en realidad puritanos disfrazados de progresistas). No hay diferencia entre la censura que pretenden imponer y las posturas que defendieron en España los censores de la Junta Asesora de la Prensa Infantil, el Gabinete de Lectura Santa Teresa de Jesús, FET de las JONS o la Sección Femenina... Faldas por debajo de la rodilla, pudor y recato, porque antaño era pecado y ahora es antifeminista. Hace cincuenta años las niñas tenían que ser por narices amas de casa, y ahora tienen que ser, también por narices, todas neurocirujanas. Pero al final es lo mismo: no pueden ser lo que quieran. Y cuando expresan su voluntad, si no coincide con lo que cierto "establishment" considera "apto", entonces es que están contaminadas por un contexto machista. Dicho de otro modo: o dices lo que ciertos grupúsculos consideran que has de decir, o eres una mente frágil que se ha dejado manipular. Tal forma de pensar encaja perfectamente en la definición de totalitarismo de Hannah Arendt.
Como Wertham, también esos nuevos críticos son los obsesos, al encontrar sexo por doquier y ser incapaces de ver en una expresión artística el talento y el trabajo tanto individual como colectivo que hay detrás. Pero es que, además, aunque haya (que lo hay) sensualidad en SloMo, el arte no está reñido con el erotismo, y a una canción festivalera, sin más intención que entretener, tampoco hay por qué buscarle presuntos mensajes más o menos subliminales que reduzcan la mujer a un objeto. Quien piensa así poco se diferencia de Wertham y sus "hidden pics".
El tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Hoy Wertham es citado y estudiado por los académicos, quienes coinciden al valorar que, aunque quizás sus intenciones eran buenas (proteger a la infancia), su método era acientífico y sus conclusiones absurdas, histriónicas y basadas en prejuicios. Saquen las conclusiones de lo que les espera a las "brillantes" (modo ironia "ON") mentes que se erigen en paladines de la nueva moralidad femenina cuando dentro de unos años se haga una retrospectiva de sus planteamientos. Aunque, claro está, ellos no son reputados psiquiatras (como después de todo lo era Wertham), así que mucho me temo que ni siquiera merecerán el esfuerzo de una cita a pie de página.
El tema, como se ve, da mucho de sí. Pero como jurista no me resisto a reservarme un último texto en el que mostraré las repercusiones jurídicas (sobre todo en el ámbito penal) que pueden acarrear las barbaridades que se vertieron sobre la artista española en tan sólo un par de meses. Tiempo récord incluso para un país de envidiosos e inclinado a la crítica destructiva como por desgracia a veces es España.
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